Las posibilidades del cine se vuelven cada vez más amplias, pero a la vez más trilladas. Hacer cine es algo más que contar historias, es un compromiso que los y las realizadoras adquieren detrás del lente de una cámara y sobre las mesas de trabajo, y muchas veces los objetivos están alejados de la verdadera razón de hacerlo. Contar historias no es de soplar y hacer globos. Todos en estas latitudes podríamos decir que a pesar de las facilidades que el mercado nos da para globalizar nuestros productos audiovisuales, existe un gran impedimento en la distribución y masificación de estos. Entonces ¿cómo hacer para que mientras haya realizadores, escritores y productores, también haya personas interesadas en distribuir o exhibir nuestro trabajo?
La respuesta parece fácil, pero se resume a que no existen los papeles de distribuidores ni exhibidores de cine independiente en nuestros países, puesto que el cine es un negocio y mientras los públicos no estén abiertos a nuevas propuestas, los distribuidores y exhibidores no querrán invertir. Como los hacen los creadores en su propia obra.
¿Qué podemos hacer? Crear espacios de difusión alternativos como festivales (ya existen, pocos pero efectivos) e intentar darle al público algo más que cine de autor. Con esto no quiero decir que no se haga este tipo de cine, pero el público está esperando algo distinto, algo que pueda tener como referente y algo que lo identifique. En nosotros está la decisión y la responsabilidad de formar públicos y hacer que estos repliquen y multipliquen su asistencia a las salas.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
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